domingo, 21 de julio de 2013

Después del examen

Primera hora de la mañana. Atrás, meses de intensa preparación. 

Estabas tranquilo, sí, nerviosamente tranquilo. No podías fallar. Tu gran oportunidad. Respiraste. Respiraste. Respiraste. Como por ensalmo, las notas empezaron a fluir con el rápido y preciso movimiento de tus dedos en un prodigio de interpretación que nos cautivó a todos.

Momentos sublimes, tu alma puro arte. Minutos que te parecieron horas. Tu concentración detuvo nuestro aliento y congeló nuestra mirada hacia ese violín, compañero de tantos ensayos y hacia esa expresión tuya, tan característica cuando te mecía la música.

Terminaste. Un impresionante silencio nos aprisionó. Cerca, profundas lágrimas en los ojos de tus padres y tu novia. De repente, alguien, al fondo de la sala, inició un aplauso, expulsó un ¡bravo! que estremeció al resto de pasivos oyentes. Era Marta. Cinco años trabajando en el Conservatorio con un mal contrato pero con mucha ilusión también por delante. No se perdía ningún examen. Fue el detonante. Asomaron brazos y besos y lloros. De pie, todos se apretujan para darte la enhorabuena. El tribunal, atónito.

Pasaron minutos. Se fueron despidiendo. Tus padres, a sus tareas. Tu novia, cerca, pura sonrisa de plenitud. -Quiero dar un pequeño paseo, solo, dijiste. Así fue. Un emocionado abrazo. 

-Nos vemos luego, susurró Marta. Te asomaste a la plaza. La fuente se detuvo respetando tu deseo de un pequeño sueño en ese mañana que empezaba a ser muy calurosa.