viernes, 15 de octubre de 2010

Cuando hayamos esquilmado y contaminado nuestros ríos, cuando se hayan agotado los pozos de agua o se hayan convertido en focos de salitre, cuando hayamos agotado la despensa natural del mar como consecuencia de nuestra avaricia y consumismo desenfrenado, cuando el mar se convierta en vertedero industrial, sólo nos queda asomarnos al acantilado e insinuar una oración por nosotros, que hemos destruido tanta belleza y tanta utilidad, para que ese mar, fuente de vida, no nos engulla con los tsunamis ni nos haga desaparecer envenenados o muertos de hambre por despreciar tan valiosos recursos que día a día nos proporciona la naturaleza. Porque mirando al mar, mirando esa belleza, no se sobrevive, porque también hay que llevarse algo a la boca, no tanto como ahora, pero algo.